No es de la nada que hoy hay un vocabulario y unas prácticas para denunciar los efectos del despojo de la salud pública, de la superexplotación de los trabajos precarios y migrantes y del aumento de la violencia doméstica en el encierro. A nivel mundial, los movimientos sociales están en alerta porque al fin de la pandemia existe el riesgo de quedar más endeudadxs por acumulación de alquileres y servicios impagos, por alimentos que no dejan de aumentar, por mayor deuda de los estados que decidan salvar a los bancos. Se denuncian, cada día, las derivas securitistas, militaristas y racistas de la crisis. Es necesario explicitar las luchas que están atravesando ahora mismo esta crisis, resaltar las demandas de los feminismos y de los movimientos contra la precariedad en general. Y, finalmente, insistir con que si el mundo está cambiando es porque, como se lee en algunas paredes, la llamada normalidad era y sigue siendo el problema.
A medida que avanzaban los números de los cuerpos infectados por el virus, las bolsas de todo el mundo iban cayendo. Una vez más, las finanzas exhiben su dependencia de la fuerza de trabajo a la hora de detentar valor.
Sabemos que una posibilidad que se juega en esta crisis a nivel global es el relanzamiento de la deuda privada como manera de completar los ingresos que no alcanzan para pagar alquileres, que se acumularán impagos para comprar alimentos cada vez más caros y para pagar servicios públicos.
A partir de demandas específicas de los movimientos sociales, varios gobiernos aplazaron los pagos de préstamos personales e hipotecarios, suspendieron desalojos y otorgaron ingresos extraordinarios para la cuarentena. Sin embargo, la pregunta es qué sucederá una vez que esas medidas se relajen y, sobre todo, en tanto no logren evitar el endeudamiento personal para atravesar la crisis. Queda evidenciada una disputa por el destino y el monto de los gastos sociales. Legitimados como extraordinarios por la emergencia sanitaria, no pueden aislarse como medidas de excepción sino que son la punta de lanza de una reorganización necesaria y urgente del destino de los fondos públicos y de reorientación de la estructura tributaria.
La batalla por lo público no es sino batalla por la redistribución de la riqueza. El colapso lo están conteniendo lxs trabajadorxs de la salud y las redes y organizaciones populares que producen desde barbijos hasta la repartición de alimentos.
Por otro lado, como se insiste especialmente desde las perspectivas feministas, sabemos que hay múltiples formas de cuarentena, segmentadas por géneros, clase y raza y, aún más, que no todos los cuerpos tienen la posibilidad de quedarse en una casa y también que los encierros implican abusos y violencias machistas para muchxs. En este panorama aparece la complejidad, relevada desde abajo, de lo que implican medidas sanitarias globales y generales. Por eso, vemos cómo las luchas por el derecho a la vivienda se interconectan y se complejizan con las denuncias por el aumento de la violencia machista. El récord de femicidios en tiempos de cuarentena exhibe algo que se venía ya diagnosticando: la implosión de hogares, verdaderos campos de guerra para muchas mujeres, lesbianas, travestis y trans que ensayan tácticas de fuga y que ahora, virus mediante, pasan 24 horas con los agresores. La llamada normalidad era y sigue siendo el problema.
Resumen de nota de blog feminista argentino publicado también en revista Anfibia.