Nos arrimamos con dos compañeros a la Plaza Cagancha, siguiendo el recorrido que si las cosas fueran normales, hubiera llevado la Marcha del Silencio.
Casi doscientas fotos rodean el monumento sobre 18 de Julio.
La gente se arrima al vallado y se queda un rato contemplando, viendo los rostros, pensando en historias vividas, en amigos/as, padres y madres, abuelos, afectos y amores, que no necesariamente serían los de las fotos, pero con la certeza de que bien podrían haber sido.
Y es que en realidad es un poco eso, es recordar, es mantener la Memoria Viva, pero también el darse cuenta de que podría haber sido cualquiera, no hacía falta ser un criminal, ni “haber hecho algo” para ser desaparecido, torturado o asesinado en dictadura, tan sólo hacía falta ser sindicalista, estudiante, tener conciencia social, volcarse al trabajo social, y un larguísimo etcétera. Podría ser cualquier persona que se parece a muchos y muchas compañeras y compañeros que conocemos y queremos.
Hacia las 19:30 horas la pantalla se enciende y comienzan a proyectarse las fotos sobre el fondo. El centro se “calla” de repente, se pronuncia un nombre, aparece una foto y todos decimos presente. Somos pocos y pocas, pero era importante estar, que no fuera sólo un coro de voces grabadas las que dijeran presente.
Uno tras otro los rostros aparecen, viejos, jóvenes, de mediana edad, hombres y mujeres, que a pesar de la injusticia y el silencio de quienes podrían arrojar luz sobre la verdad, en un pacto tan cobarde como asqueroso, resisten al olvido.
Unas pocas imágenes no tienen foto, son apenas siluetas, digo presente un poco más alto, para que al menos sepan que aún son buscados, que no se los llevaron del todo.
Son parte de nuestra memoria, de la memoria que está para evitar que vuelva a ocurrir, en la memoria que precisamos para seguir.
Gonzalo Moreira – Diego Acevedo
Hallazgos en un Batallón
Un cráneo, una clavícula,
un cuerpo
– y no hay silencio
si faltan las palabras
Adolfo Bertoni